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lunes, 20 de julio de 2009

Otra mujer / Alejandro Santiago


La mesera, una chica atractiva, sonriente y amable, me había ofrecido el menú. Regreso en un instante por la orden. Revise cada uno de los platillos fijándome primero en el costo ya que cargaba poca plata. Miré el reloj pues hace veinte minutos había quedado con Lozano, el poeta, de vernos puntuales en éste café. ¿Desea ordenar? Pensé que una mujer con su belleza no debería trabajar en un lugar así. Si la hubiese conocido en la calle, le creería que se autonombrara doctora, licenciada, reina de belleza, pero como mesera en un lugar de poca monta como el Rimini, jamás.

- Llegas un poco tarde.

- Disculpa, vengo de casa de Amparo. Últimamente desconfía mucho de mis salidas. Tu tía Carolina le ha contado que me ha visto entrar a lujosos hoteles siempre acompañado por una mujer morena y regordeta.

- Sé más precavido muchacho y llévala a otros lugares- Estaba bromeando.

- La verdad es que nunca le he sido infiel, ¿ya has ordenado algo?

- Si, y al parecer han olvidado traérmelo.

Lozano hizo con la mano un ademán extraño hacia la cajera.

- ¿Desean ordenar algo?

- Un té helado por favor, dijo tímidamente.

- ¿Y usted señor?

- Solamente la cerveza.

Lozano llevaba dos años tratando de acabar su novela. Las personas me etiquetan como poeta. Me sienten incapaz de hacer buena narrativa. Lo intento. He llevado a corregir los primeros capítulos, pero todos aseguran que le falta osadía, que es un texto muerto. Creo que tienen prejuicios. El mundo espera que cague versos y que ya dejé de intentar anécdotas. Se mostró levemente alterado. Amparo tampoco cree en mí. Asegura que todo le queda corto a lo que hemos vivido.

Es evidente que se siente fracasado. Quizá no en todo. Como poeta aún es el grande, pero su derrota narrativa le ha minimizado. Se muestra desconfiado, no puede hoy siquiera platicar mirándome al rostro.

- Pero, ¿estas bien con Amparo, no?

- Amparo es otro problema. Ya no gusta de estar conmigo. Es diferente. Se ha sentido culpable. Ahora no entiende cómo es que tú, tan pronto, me has perdonado.

Aún pienso que Lozano debería estar con otra mujer. Una que pudiera darle un hijo, no un nieto, buen sexo, unos senos sin dolencias, almuerzos faltos de menopausia, pero siempre fue un chico empecinado. Se resiste a abandonarla. O más bien, se adhiere como lapa por la historia de esa mujer, al fruto literario de un amor imposible, a las letras que aborta esa matriz vieja, casi inservible. Tengo que finalizar la novela para poder dar el paso, me confesó en algún momento el otro Lozano, el Lozano de tequila fines de semana.

Me ha pedido de favor le haga traer otro té helado. Llamé a la escultural mesera y ordené; Traiga para mi colega y para mí, un par de cervezas. Coquetamente, mientras Lozano contestaba una llamada, le dije a la señorita que le habían hecho con mucho tino los ojos perfectos para una diosa.

Ella ya no es mujer para ti, necesitas vitalidad y no ese cadáver que no ha caído en la cuenta de estar muerto. Además, le conozco, para ella lo de ustedes debe ser una travesura, nada más. Ha de platicar con sus amigas lo emocionante de montar un mustang, a un caballo de rastro como lo hacen ellas. Más que tus virtudes se enorgullece de tu miembro, y más que un poeta eres un orgasmo duradero. Busca otra mujer. Ya terminaras la novela un día de estos, o mejor aún, vendrán páginas, capítulos más emocionantes en féminas distintas. Él temblaba al beber de su vaso.

Amparo es… …era mi madre. Dejé de verla así desde que pretendió a mi mejor amigo. Hasta ahora no he mostrado abiertamente mi enojo, la desilusión, el desapego, pero desde entonces hablo de ella como de alguien extraño. Supongo, debe ser el resentimiento, aquel que surge quizá del respeto que tenia por mi padre. Mi padre respetable. Mi padre el buen hombre, el dadivoso, mi padre fiel a su familia, mi padre que era todo.

No puedo dejarla. Después de la cerveza, Lozano hizo traer una botella de whisky que le vi bebérsela con increíble rapidez. ¿Por qué? Había tirado las flores artificiales del sobremesa. Intentó encender un cigarro por la boquilla. Sudaba. En general, se le veía sumamente nervioso. ¿Por qué?, le insistí.

La noche del entierro de papá, noche como él lo deseaba, mi gran amigo estuvo tratando de animarme. Tía Carolina cuidaba de los dos, decía, no estén tan apagados, pues hay niños que mueren de tristeza cuando han perdido a sus padres. Créame, ya no quedan suficientes ganas para sufrirles a ustedes.

La mesera había terminado su turno. Ahora no usaba el uniforme, algo que le había restado cierto atractivo.

- ¿Quieres ir a tomar un café a otra parte? Éste lugar no me gusta mucho.

Acepté.

- Dime pronto. ¿Por qué no puedes?

Él dio el último trago a la botella, buscó en sus bolsillos y dejó sobre el mantel un billete de quinientos pesos, suficientes para pagar la cuenta. Le dije en secreto a Miriam, la mesera, Tu propina vendrá después, tenlo por seguro. Ella sonrió tiernamente.

Amparo estaba embarazada. Aquel día en el Rimini Lozano había estado ahí para contármelo, pero estaba falto de valor. ¿Cómo un veinteañero podía tener un hijo de una mujer de sesenta y cuatro años, que además, era la madre de su mejor amigo? No volví a saber de ambos, sólo que buscan tener otra niña. A la mesera la seguí tratando. Salimos tres miércoles seguidos, siempre al mismo lugar. Pronto volví a salir en busca de una nueva mesera, en un nuevo café.

viernes, 3 de julio de 2009

Argentina, con 100.000 casos confirmados, se convierte en el país más afectado por la gripe A / Soledad Gallego


"Si tose y tiene fiebre, pida un barbijo (mascarilla)", dice un cartel bien grande a la entrada del hospital. Un par de enfermeros distribuye las mascarillas e intenta que los posibles pacientes de gripe no se mezclen con otros. Es bastante inútil, porque la inmensa mayoría tose como un perro y lo más probable es que tenga gripe y, muy posiblemente, la nueva gripe. En menos de una semana, lo que va desde el día antes de las elecciones, el pasado domingo, y hoy viernes, los casos oficiales de gripe A han pasado de 1.587 a 100.000, lo que coloca a Argentina como el país del mundo con más infectados. La epidemia está completamente descontrolada en Argentina y en Buenos Aires especialmente, y los ciudadanos empiezan a creer que las autoridades han actuado irresponsablemente. "Parece mentira. Fueron muchísimo más serios los mexicanos que nosotros. Esto es un desastre", se queja María Elena, enfermera del centro sanitario.

"Le decimos a la gente que compre alcohol en gel y se lave continuamente las manos y que use barbijo si tiene que coger transportes colectivos, y resulta que no hay alcohol en prácticamente ninguna farmacia y que los barbijos se han agotado". Nadie parece haberse ocupado de organizar un aumento de la producción ni nada por el estilo. "Yo llevo recorridas ocho y ya desisto", confirma Rubén Mateo, a la puerta de una farmacia que ha colgado un cartel anunciando que el alcohol no llegará, probablemente, hasta la semana que viene.

Los argentinos empiezan a darse cuenta ahora del alcance de la epidemia de gripe A. Oficialmente se reconocen 44 muertos, pero la mayoría de los medios de comunicación habla ya de 55 (hace una semana eran 28). Como parece imposible que los casos hayan pasado de mil y pico a cien mil en seis días, la mayoría empieza a pensar que las autoridades han estado ocultado la información. "Ha sido una desgracia: el estallido de la epidemia ha coincidido con la campaña electoral de las legislativas y todo el mundo ha estado más preocupado de los resultados electorales que por lo que estaba pasando en los hospitales". La ministra de Salud, Gabriela Ocaña, intentó incluso que se aplazaran las elecciones pero, por lo que se ve, la miraron como si estuviera loca. Ocaña dimitió al día siguiente de los comicios. Y el nuevo ministro tardó cuatro horas en reconocer cien mil contagiados.

Deprisa y corriendo se lanzan ahora medidas de contención, una tras otra. Hoy, decenas de empleados de la municipalidad pegaban carteles por toda la capital pidiendo a la gente que se lave las manos, se tape la boca si tose, se quede en casa y llame al médico si se encuentra mal,. La decisión más importante ha sido la de cerrar todos los colegios durante un mes. ¿Y qué harán los padres que tienen que ir a trabajar? Los argentinos funcionan con una cosa que se llama "flexibilidad". Lo explicó muy bien el subsecretario de Relaciones Laborales, Álvaro Ruiz: "Si tienen hijos menores de 14 años y nadie que pueda ocuparse de ellos, se pide a las empresas que tengan flexibilidad". "Si hay alguien enfermo en la familia y hay que cuidarle, se pide a las empresas flexibilidad". Lo único claro es que las mujeres embarazadas, los enfermos oncológicos y diabéticos, y quienes padecen enfermedades respiratorias crónicas podrán pedir quince días de vacaciones pagadas. Por lo demás, no está claro en qué consiste la flexibilidad para las empresas privadas, ni cómo se van a recuperar tantos días lectivos perdidos.

¿Hay que cerrar cines, teatros, centros comerciales, gimnasios? Pues no se sabe. Unos ayuntamientos, como el de Quilmes o los de algunas capitales de provincia, han decidido echar el cierre total. Otros, como el de la capital federal, simplemente "aconseja" que no se acuda a lugares con alta concentración de personas. El Gobierno de la nación, que intenta sacudirse la parálisis anterior, ha encontrado una fórmula estupenda: recomienda la "autoreclusión". Es decir, que la gente se quede en casa todo lo que pueda.

Una vez más, la sociedad argentina se enfrenta a un problema serio por sus propios medios y los ciudadanos adoptan las decisiones que mejor les parecen para salir del atolladero, sin instrucciones claras por parte de las autoridades. Unos conductores de autobús o del metro llevan barbijo, otros no. Algunas dependientas de los supermercados intentaron colocarse una mascarilla o guantes para manejar el dinero (gran vector de contagio). La inmensa mayoría, no. "Yo no creo que tengan que ponerse mascarilla", explica Juan Ruiz, encargado de un súper en el elegante barrio de Recoleta. "Si se lo ponen, los clientes creen que están enfermas y se asustan". Las clientas hacen sus compras a cuerpo gentil sin taparse la boca y manejan también el dinero sin la menor precaución

"Actuemos con responsabilidad", pide el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Lo curioso es que lo dice en un acto de inauguración de unas obras públicas en las que se han juntado dos centenares de personas, bien apiñadas, para aplaudirle.

Parece que el miedo ha empezado a correr tanto como la enfermedad y, por primera vez, empiezan a verse bares y restaurante semivacíos. Los dueños aseguran que han alejado las mesas para que los clientes estén más separados entre sí, de acuerdo con las instrucciones que ha repartido el gremio, pero la verdad es que no se nota mucho. Los irreductibles, los porteños que no saben vivir sin el café ni la charla en el bar de la esquina, intentan resistir sentados en las terrazas al aire libre. En Buenos Aires no llueve desde hace días y el invierno está siendo muy suave.

"Este fin de semana ayudará a tranquilizar algo las cosas", confía el nuevo ministro de Salud, Juan Manzur, aunque reconoce que la epidemia está en plena expansión, sin controlar, y la situación es "muy delicada", sobre todo porque los hospitales están desbordados. "No descartamos tomar otras medidas más drásticas. Veremos". De momento, el domingo hay fútbol, la final del torneo de clausura (media liga) entre el Vélez y el Huracán, y el estadio estará a tope. Eso sí, la mayoría de los equipos han suspendido las concentraciones previas y los jugadores esperarán en sus casas. Y los responsables del club anfitrión dicen que si hace falta distribuirán alcohol y barbijos. Pero, ¿alguien se imagina a los integrantes de la barra brava del Huracán con mascarilla?

Fuente: Diario el País del día Viernes 3 de Julio de 2009.

jueves, 2 de julio de 2009

Deuda / Alejandro Santiago


Esa noche había bebido demasiado. Llevaba tiempo sin una mujer y eso casi me hacia perder la razón. Debía perder la ansiedad de algún modo y el modo fue el licor. De pronto llamaron a la puerta. Abrí. Era Celina. Estaba dentro de un vestido rojo del mismo color de sus labios. Pregunto la hora. Nueve en punto. Se acercó y me dio un beso cerca de la boca.

- Arthur, iba camino a mi departamento y vi éste gato rasgando tu puerta. Supuse que era tuyo.

- No, ese maldito animal es de Gordon, el mequetrefe de al lado.

Ella se quedo quieta acariciando al minino sin dejar de verlo.

- ¿Quieres pasar y tomar una copa? – dije

Celina olisqueo al gato y le acomodo cerca de su mejilla.

- Esta bien.

Dejó al felino en el suelo.

Dentro estaba todo hecho un desastre. Tenia sobre la sala ropa sucia, una caja de pizza vacía, dos botellas de whisky sin una gota y una de Jack Daniel´s casi por terminar.

Limpie un par de vasos con la camisa y le extendí uno a Celina.

- Disculpa- dije. -No tengo con que lavarlos.

Le serví whisky.

- ¿Qué ha sido de ti Celina?

- Sigo con lo mismo, dando clases de tango a tipos adinerados. Es lo único que ahora vale la pena. Por cierto, linda casa, un poco sucia, pero linda.

Me apeteció la idea de aprender le algunos pasos de tango pero me encontraba lo bastante ebrio como para dar un traspié de inmediato.

-¿Cómo te ha ido a ti?

- He robado un tiempo. No encuentro otro modo de vivir más honesto que robar a los ricos.

- Un Robín Hood moderno- dijo sarcástica.

Estuvimos en silencio mientras dábamos un trago.

-¿Por que te fuiste?- dije.

Duré con Celina dos años casado. La pasábamos en grande. Era comprensiva con mi modo de ser. Le había conocido la noche de brujas durante una fiesta que Williams organizaba en su casa. Cuando terminó todo le ofrecí llevarla en el auto. En la cama, esa mañana, prometió nunca abandonarme.

- No lo sé… -dijo mientras daba un enorme trago- …solo me quería ir

En ese momento recordé todas las desazones después de su partida. La depresión fisiológica; la falta de hambre, de sueño, de concentración. Atender el zumbido telefónico, pensando que ella llamaba, y descubrir al contestar al aparejo no encendido. El miedo de que alguien más, en ese momento, le estuviese haciendo el amor.

Me puse de pie brevemente y le aventé el vaso a la cara.

Celina sangraba. Se palpaba los ojos tratando de sacar algunos restos de sus mejillas pero al hacerlo se deshacía el rostro.

- Eres una puta- dije iracundo.

- Nunca volverás a irte por que nadie te querrá con ese rostro de mierda.

Fui a la cocina y al volver traje un cuchillo conmigo. Me acerqué a ella, le tomé de la oreja recargando el filo y le tajé.

- Sigues siendo el mismo de siempre mi querido Arthur -dijo Celina mientras reía frenéticamente sin inmutarse por las heridas- No deberías preguntarte por que me fui ¿sabes que es lo mas lamentable? que te sigo amando. No hay duda, sigo amando al mismo loco.

- ¡Calla!, ¡calla!...

- … tu padre se enteró que nos separamos. Me ha quitado el empleo. Estoy en la calle y a ustedes les ha importado poco. Busqué trabajo y en todas partes tenia las puertas cerradas. Él llamó a sus allegados para que nadie me empleara. Me rendí. Me rendí después de verte hace días en el bar de la calle McCarthy abrazada por dos marines, eras la estrella del lugar. Uno te tocaba en medio de las piernas mientras el otro te iba besando. Jamás pude recuperarme. Y ahora, tienes el descaro de decir que me amas.

Empuñé el cuchillo. Lo acomodé amenazante sobre el cuello de Celina.

- ¡Anda bastardo, atrévete! Sabes lo que mi padre haría contigo después de ello.

Estaba rabioso.

La aparté de mí. Puse el cuchillo sobre mi cuello y amenacé con degollarme de un solo corte.

Celina reía, se burlaba de mi cuerpo; delgado, moribundo por la carencia, por la lastimera tristeza que me envolvía. Sabía que el pobre Arthur nunca se atrevería a eliminarse.

Ella se levantó. Aún le sangraban las heridas. Cuando estaba por cerrar la puerta se arrimó a sus pies el gato que antes había encontrado. Lo tomó en sus brazos y se quedo quieta, sonriente, acariciándolo.