Es más que un simple acto de orden y clasificación. Es un terremoto emocional que nos pone enfrente de quien fuimos, quien quisimos ser y quien finalmente somos.
Como el viaje desencadenado por una estimulación de las papilas olfativas y gustativas a partir de la mezcla de una magdalena y una infusión de manzanilla en Marcel Prust, el contacto con los volúmenes que tienen las historias que alguna vez fuimos mientras las leímos, es un pasaje por túneles viejos oscuros y misteriosos, como los de Ernesto Sábato o llenos de energía y luminosidad, como los poemas de Rafael Alberti.
(Si alguien le entendió al párrafo anterior, por favor me lo explica).
Imposible no detenerse a hojear las páginas de la propia vida plasmadas en letra de molde escrita por otros para unirse a la propia biografía en la intersección con la historia. El “yo y mi circunstancia” de Ortega y Gasset en forma de mudanza o de simple limpieza quinquenal de biblioteca. “Y no me salvo yo si no la salvo a ella”, para completar la famosa frase de Ortega.
La pregunta al ver las estanterías medios vacías (o medio llenas) y las cajas con libros en el suelo es: ¿si mi biblioteca es mi circunstancia, me salvé con ella y por ella? ¿O es el testimonio de una traición? Una traición que podría estar plasmada en el símbolo de una dedicatoria olvidada en un libro arrumbado sin leer hecha por algún amigo o alguien a quien se estimaba mucho. Y el dolor que causa ver tantas oportunidades de lectura perdidas que para poder ser recuperadas requerirían una renuncia a la vida mundana y también a la productiva para dedicarse exclusivamente a leer. Y es que como decía Aristóteles, para la contemplación se necesita ocio, lo que resulta imposible si hay que atender el negocio. Y acá el negocio es la vida misma… y entonces ¿mi circunstancia?
Fuente: Diario el Universal, sicción Blogs, Epístola para despistados del día 19 de Diciembre del 2007 en http://blogs.eluniversal.com.mx/weblogs_detalle4229.html
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