El destino no reina
sin la complicidad secreta
del instinto y de la voluntad
Giovanni Papini
(1881-1956)
Escritor italiano
Era domingo por la mañana. Había amanecido resacoso. La noche anterior estaba pasándola en grande con unos amigos hasta que recibí su llamada. Era Manuela.
- ¿Si?
- ¿Santiago? Soy Manuela, ¿dónde estas?
- En algún lugar.
- ¿No ibas a pasar por mi?
- Se me quitaron las ganas
- Pero tú ya habías quedado, no puedes dejarme así.
- No tengo ganas de verte, mejor te busco después.
- Santiago, mas vale que no hagas eso. Sabes que eso me encabrona ¿vendrás si o no?
- No.
Colgó.
Por la mañana abrí el refrigerador. No había mucho. Un par de huevos, un paquete de tocino nuevo y un par de limones. Tomé el tocino. Abrí el paquete. Dispuse una olla con aceite para freírlo. Eche a andar la estufa. Y antes de que el aceite hirviera ya había echado el tocino. No me gusta que salte hirviendo a mis brazos.
Sonó el teléfono.
- ¿Si?
- ¿otra vez me respondes con ese desgano? ¿Ni siquiera puedes decirme hola?
- Hola
- No lo hagas si no lo quieres, de todas formas no me importa. ¿Por qué no has pasado aún?
- Te dije que no tenía ganas.
- Vuelves a hacerme eso Santiago y nos separamos.
- Vale
- Ni siquiera te importa
- Puede ser que si, puede ser que no.
Se escucho su disgusto y luego dejó caer el teléfono enérgicamente.
Volví a la cocina. El tocino estaba tostado y el aceite había salpicado por todas partes. Apague la estufa. Tomé la cacerola y la puse sobre la mesa. Empecé a comer.
Volvió a sonar el teléfono.
- ¿Si?
- ¿Santiago?
- ¿Georgina?
- ¡Hola! ¿Cómo has estado?
- Aburrido.
- ¿Tienes algo que hacer?
- Limpiar la cocina, esta hecha un asco.
- ¿Qué tal si te ayudo con eso?, ¿estarás en tu casa?
- Si
- Paso entonces en un momento.
- Vale.
Colgamos.
Había perdido el apetito. Tire el tocino a la basura y el aceite por el desagüe. Debo hacer algo por mi vida, pensé. Vivo como un pobre diablo.
Llamaron a la puerta.
Cuando me asome por el visor divise a Georgina. Abrí. Traía consigo un par de bolsas. La ayude con ellas y las lleve hasta la sala.
- Pasa, siéntate por aquí, en alguna parte.
- Vaya, esta hecho un desorden.
- No he tenido ánimo de limpiar, disculpa.
- No te preocupes, ahora recogemos todo.
- No hace falta. ¿Qué has comprado?
Revisé las bolsas. Georgina traía un par de botellas de tequila, cuatro paquetes de cerveza, una cajetilla de cigarros y comida china.
- Es para los dos. Dijo Georgina.
Se veía bellísima, como nunca. Traía un pantalón azul marido muy ajustado. Una blusa verde y el maquillaje adecuado para combinarle. Sus labios eran más que especiales, de finas líneas, abultados, rojo vibrante.
- ¿Tienes algo de marihuana?
- Claro, esta regada por todas partes.
Buscó poco. Encontró un porro sobre un viejo libro.
- ¿Con que Bukowski?
- He estado algo triste, él era más desgraciado que yo. Eso me hace reír.
- ¿Por qué estas triste?
- Me caga el mundo, la vida, el musgo, la estupidez, los días como el de hoy y como el de mañana…
- ¿Quieres que comamos primero?
- Prefiero una cerveza.
Bebimos un poco. Fumamos un poco. Volamos un poco.
- ¿Aún vez a Manuela?
- Si.
- ¿Y cómo van?
- No muy bien.
- Ya veo.
Ella dio otra calada al porro. Después se quedo viéndome, sin decir nada.
- ¿Todavía me quieres?
- Si.
- ¿Me quieres como antes?
- No lo creo.
Dio un trago grande a su cerveza y se quedo viendo la ventana.Sonó el teléfono.
- Este aparato me esta volviendo loco.
Levante la bocina.
- ¿Si?
- ¿Santiago?
- …
- ¿Puedes venir a mi casa? Necesito hablar contigo.
- Llámame mas tarde.
Colgué.
Cuando volví Georgina seguía viéndose espectacular. Sus labios a cada momento me parecían más sublimes, casi divinos. Me acerque al sillón donde estaba recostada. Tomé su rostro y le besé. Ella me correspondió y empezó a quitarme la camisa. Hicimos el amor un par de veces sobre el sofá, luego una vez en la alfombra.
- Has bebido demasiado. Me dijo.
Me quede callado. Tomé una cerveza que estaba en el suelo y la bebí de un trago.
- Lo sé.
Ella también callaba.
- Debo irme, iré a trabajar el lunes temprano.
Se vistió rápido. Me dijo que después vendría a ayudarme con el desorden. Tomo un par de cervezas para el camino y me dejo cien pesos por si algo faltaba.
- Si algo necesitas, márcame a la casa.
- Vale.
Y cerró la puerta.
Me quedé acostado en el suelo. Desnudo. Bebiendo.
- Debe de haber algo más en la vida que la suerte. Musité.
Volvió a sonar el teléfono.
- …
- ¿podrás venir a mi casa?
- Si.
- ¿sabes que te amo?
- Lo sé.
Colgamos.
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