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jueves, 8 de enero de 2009

Sin título

No lo pude creer hasta que vi las tanquetas alrededor de la unidad habitacional. Lourdes, mi muchacha, entro a toda prisa hacia la cocina, casi resbala con el jabón que había regado para lavar el suelo. -¡Señora, señora, en Tlatelolco andan matando a los estudiantes! ¡Píquele! Malena se había ido junto con Dieguito al mitin que se realizaría esa tarde en la plaza. Son mis dos hijos. Mi hija andaba muy interesada en el movimiento estudiantil. Asistía a las juntas del CNH desde las once de la mañana y se regresaba ya en la tardecita, antes que oscureciera. Nunca le había dado tantas libertades, casi ni la dejaba salir, pero es que esos estudiantes y sus ideas se ganaron mi respeto. Querían el cese de la represión, libertad a los presos políticos, eliminación de cuerpo de granaderos, derogación del articulo 145 y otras dos cosas que ya no me acuerdo. Exigencias nada difíciles de satisfacer, que el gobierno de haberlo deseado le hubiese dado solución un fin de semana. Un par de soldados, con fusil empuñado, me detuvieron cuando traté de ir en busca de mis críos. -¿A dónde crees que vas pendeja?- Mientras uno preguntaba, el otro apuntaba su arma directo a mi cabeza. –Voy a buscar a mis hijos- lo dije decididamente. Apenas por la mañana, poco después de desayunar, Diego jugaba a ser bombero, montado sobre un carro de madera que le compré hace unos meses. Apagaba incendios, rescataba personas en aprietos y pequeños mininos que se habían quedado atrapados en algún árbol, todo imaginario. Malena me había ayudado a sacudir las cortinas, hizo agua de naranja y llevo el lonche a su papá que trabaja una cuadra delante de donde vivimos. A duras penas los del ejército me dejaron entrar a la plaza. La gente corría horrorizada, las balas surcaban el aire, los gritos lo llenaban todo. Me detuve en el edificio Chihuahua detrás de uno de sus pilares ocultándome de la balacera. Por azares del destino, encontré ahí a Malena. -¡Mamá, mamá! ¿Qué hace usted aquí? Estos hombres se han vuelto locos, disparan a todo lo que se mueve ¿qué hace aquí mamá?- Estaba deshecha, me hablaba llorando con la mirada perdida y se le veía mas pálida que antes. La tomé de la mano, la abrace, pregunte por Diego –Mamá, dejé a Diego jugando con otros niños, no se dónde esta- No le dije nada y la forcé a que corriera. Había mucha gente muerta, zapatos, pancartas, sangre. Un niño de cinco o seis años que iba corriendo rodó por el suelo. Otros niños que venían junto a él huyeron despavoridos. Pero uno como de seis años se regreso a sacudirlo, era mi Dieguito. –Juanito, Juanito, levántate- Lo empezó a jalonear como si con eso fuera a reanimarlo –Juanito, ¿qué te pasó? ¡Te voy a rescatar!- Seguramente jugando a los bomberos nunca aprendió lo que era la muerte, y no lo iba a saber nunca, por que sus preguntas ya no se oyeron, sólo un quejido, y los dos pequeños cuerpos quedaron tirados sobre el asfalto, uno encima del otro. Nos acercamos a los niños. Me hinque junto a Diego, bese su frente. Un estruendo terrible se escucho junto a mi. No tardo en caer al suelo Malena. Esquirlas le deshicieron el rostro. Me quede pasmada, con una sensación de impotencia y coraje llenándome el cuerpo, es quizá lo que hizo que ya no moviera.

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