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jueves, 2 de octubre de 2008

A "papá"

Hoy les voy a contar de un desgraciado que ha jodido mi vida y la de mis hijos. Álvaro, mi ex marido. Un tipo sabiondo, ratón de biblioteca, que fuera de sus libros es un ser que no vale la pena. Muy culto, muy culto, huy cuanto libro ha leído, huy los grandes de la literatura, huy Platón, huy el canon. ¿Y qué? Todo eso no le ha servido para manejar su vida, para saber que antes de su compromiso consigo mismo o con el mundo que lo rodea, lo tiene con sus hijos. De no haber querido la carga de cuidar a unos crios, no los hubiera tenido. Es un ojete, irresponsable, un cacahuate viviendo en una cabeza muerta. Nos dejó solos por irse a gozar las carnes de otra mujer, que finalmente con el paso de los años lo traicionaría. Pero, como dirían en los comerciales de los 90as, esa es otra historia. No recuerdo cuantos años tenían mis hijos cuando se largó ese tipejo. Omar unos 8, Manuel más o menos dos años. Al principio, cuando su partida era reciente, Álvaro me ayudo un poco con los gastos de la casa y de los niños. Pero, pasados los meses, fue haciéndose del rogar, difícilmente me daba un quinto. Un día llegamos a los juzgados para establecer legalmente lo que les tocaría de pensión a los chiquillos, pero Álvaro tenía sus influencias y el juicio fue a su favor. La miseria que les tocó a los niños como manutención era de 17 pesos mensuales. Me vi en dificultades para solventar mis gastos hasta que un día la “Martucha”, una gran amiga mía, me dijo que en Gimnasio Rubén Olivares estaban buscando chamacas fornidas para un espectáculo de luchas que darían el fin de semana. Así que fui, me presente toda guapetona, con mis mejores galas, y al estar ahí enfrente de aquel que decía llamarse entrenador, me pidió que me pusiera una máscara de las que tenía ahí en el gimnasio a ver si con ella me veía mas linda. Les gusté. Me dijeron que me presentará el fin de semana a la hora del show y que no me preocupará por nada, todo estaría en manos de mi contrincante. Así entré a las luchas, por ese desgraciado que aún busca a mis hijos con el estandarte de padre cuando debería llegar de rodillas mostrando sus disculpas y su vergüenza. Un saludo al bicho ese: ¡Taka ta taka!

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