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martes, 16 de junio de 2009

Sobre cómo maquinar lo que pasa / Alejandro Santiago



El destino no reina
sin la complicidad secreta
del instinto y de la voluntad
Giovanni Papini
(1881-1956)
Escritor italiano

Era domingo por la mañana. Había amanecido resacoso. La noche anterior estaba pasándola en grande con unos amigos hasta que recibí su llamada. Era Manuela.

- ¿Si?

- ¿Santiago? Soy Manuela, ¿dónde estas?

- En algún lugar.

- ¿No ibas a pasar por mi?

- Se me quitaron las ganas

- Pero tú ya habías quedado, no puedes dejarme así.

- No tengo ganas de verte, mejor te busco después.

- Santiago, mas vale que no hagas eso. Sabes que eso me encabrona ¿vendrás si o no?

- No.

Colgó.

Por la mañana abrí el refrigerador. No había mucho. Un par de huevos, un paquete de tocino nuevo y un par de limones. Tomé el tocino. Abrí el paquete. Dispuse una olla con aceite para freírlo. Eche a andar la estufa. Y antes de que el aceite hirviera ya había echado el tocino. No me gusta que salte hirviendo a mis brazos.

Sonó el teléfono.

- ¿Si?

- ¿otra vez me respondes con ese desgano? ¿Ni siquiera puedes decirme hola?

- Hola

- No lo hagas si no lo quieres, de todas formas no me importa. ¿Por qué no has pasado aún?

- Te dije que no tenía ganas.

- Vuelves a hacerme eso Santiago y nos separamos.

- Vale

- Ni siquiera te importa

- Puede ser que si, puede ser que no.

Se escucho su disgusto y luego dejó caer el teléfono enérgicamente.

Volví a la cocina. El tocino estaba tostado y el aceite había salpicado por todas partes. Apague la estufa. Tomé la cacerola y la puse sobre la mesa. Empecé a comer.

Volvió a sonar el teléfono.

- ¿Si?

- ¿Santiago?

- ¿Georgina?

- ¡Hola! ¿Cómo has estado?

- Aburrido.

- ¿Tienes algo que hacer?

- Limpiar la cocina, esta hecha un asco.

- ¿Qué tal si te ayudo con eso?, ¿estarás en tu casa?

- Si

- Paso entonces en un momento.

- Vale.

Colgamos.

Había perdido el apetito. Tire el tocino a la basura y el aceite por el desagüe. Debo hacer algo por mi vida, pensé. Vivo como un pobre diablo.

Llamaron a la puerta.

Cuando me asome por el visor divise a Georgina. Abrí. Traía consigo un par de bolsas. La ayude con ellas y las lleve hasta la sala.

- Pasa, siéntate por aquí, en alguna parte.

- Vaya, esta hecho un desorden.

- No he tenido ánimo de limpiar, disculpa.

- No te preocupes, ahora recogemos todo.

- No hace falta. ¿Qué has comprado?

Revisé las bolsas. Georgina traía un par de botellas de tequila, cuatro paquetes de cerveza, una cajetilla de cigarros y comida china.

- Es para los dos. Dijo Georgina.

Se veía bellísima, como nunca. Traía un pantalón azul marido muy ajustado. Una blusa verde y el maquillaje adecuado para combinarle. Sus labios eran más que especiales, de finas líneas, abultados, rojo vibrante.

- ¿Tienes algo de marihuana?

- Claro, esta regada por todas partes.

Buscó poco. Encontró un porro sobre un viejo libro.

- ¿Con que Bukowski?

- He estado algo triste, él era más desgraciado que yo. Eso me hace reír.

- ¿Por qué estas triste?

- Me caga el mundo, la vida, el musgo, la estupidez, los días como el de hoy y como el de mañana…

- ¿Quieres que comamos primero?

- Prefiero una cerveza.

Bebimos un poco. Fumamos un poco. Volamos un poco.

- ¿Aún vez a Manuela?

- Si.

- ¿Y cómo van?

- No muy bien.

- Ya veo.

Ella dio otra calada al porro. Después se quedo viéndome, sin decir nada.

- ¿Todavía me quieres?

- Si.

- ¿Me quieres como antes?

- No lo creo.

Dio un trago grande a su cerveza y se quedo viendo la ventana.Sonó el teléfono.
- Este aparato me esta volviendo loco.

Levante la bocina.

- ¿Si?

- ¿Santiago?

- …

- ¿Puedes venir a mi casa? Necesito hablar contigo.

- Llámame mas tarde.

Colgué.

Cuando volví Georgina seguía viéndose espectacular. Sus labios a cada momento me parecían más sublimes, casi divinos. Me acerque al sillón donde estaba recostada. Tomé su rostro y le besé. Ella me correspondió y empezó a quitarme la camisa. Hicimos el amor un par de veces sobre el sofá, luego una vez en la alfombra.

- Has bebido demasiado. Me dijo.

Me quede callado. Tomé una cerveza que estaba en el suelo y la bebí de un trago.

- Lo sé.

Ella también callaba.

- Debo irme, iré a trabajar el lunes temprano.

Se vistió rápido. Me dijo que después vendría a ayudarme con el desorden. Tomo un par de cervezas para el camino y me dejo cien pesos por si algo faltaba.

- Si algo necesitas, márcame a la casa.

- Vale.

Y cerró la puerta.

Me quedé acostado en el suelo. Desnudo. Bebiendo.

- Debe de haber algo más en la vida que la suerte. Musité.

Volvió a sonar el teléfono.

- …

- ¿podrás venir a mi casa?

- Si.

- ¿sabes que te amo?

- Lo sé.

Colgamos.

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